Por Manuel Fernández-Alemany / Publicado en Gay Book Reviews

Sexualidad y homosexualidad: Por el derecho a la diferencia

by Joaquín Aedo, et al.

  • Nonfiction
  • Publisher: Centro de Estudios de la Sexualidad (CES), Movimiento de Liberación Homosexual [MOVILH]
  • Publication Date: 1997
  • 266 pages, in Spanish

Review

Manuel Fernández-Alemany:

Este libro está basado en la transcripción del primer seminario sobre sexualidad y homosexualidad realizado en Chile en octubre de 1993. Las ponencias fueron transcritas o reproducidas tal cual, en un lenguaje de presentación oral más que escrita. Hay una gran diferencia entre las ponencias/comentarios hechos por académicos y las hechas por no-académicos. En las primeras, en general, se utiliza un lenguaje más claro, preciso (aunque tal vez un poco elevado para el lector lego) y se comunican mensajes teóricamente novedosos y provocadores. En las segundas, los ponentes tienden a expresarse en términos vagos y equívocos y teóricamente son difíciles de seguir. En esta revisión sólo se comentarán las ponencias que contribuyen con mayor información o nuevas ideas al estudio del género y la sexualidad de finales de siglo.

El libro está dividido siguiendo la estructura de siete paneles y una ponencia fuera de programa que tuvo el seminario. Durante el primer panel, “Hacia un enfoque integral de la sexualidad”, la intervención de Jorge Pantoja es lúcida y concisa. Aclara confusiones de los panelistas y comentadores anteriores e introduce el importante tema de la identidad sexual vs. identidad de género vs. deseo vs. conducta, que hasta ahora había estado ausente en el discurso de los panelistas.

El segundo panel, “Algunas Reflexiones para una Cultura Sexual Abierta” comienza con la ponencia del psicólogo Gonzalo Pérez. G. Pérez sostiene la posición esencialista de que el origen del deseo sexual no es adquirido sino instintivo e inconsciente y de la misma forma, la orientación sexual es innata. Por lo tanto la idea de una opción sexual es una falacia. Sólo se puede decidir si se vivirá o no ese deseo. En la misma línea esencialista, G. Pérez alude al estudio de Kinsey (1948) de que entre un 5% a un 10% de la población adulta masculina sería exclusivamente homosexual. Aquí hay que aclarar que Kinsey hizo su estudio en los 1940s en EE.UU. y los porcentajes pueden variar en ciertas culturas sexuales latinoamericanas (ver Carrier 1995, y Núñez Noriega 1994). Estudios que hablan de un 5% de homosexualidad como una constante transcultural, como el de Whitam and Mathy (1986), han sido altamente cuestionados y criticados en su metodología por los constructivistas sociales.

Otro punto importante que G. Pérez analiza es el de la homofobia internalizada. La opresión homosexual no sólo viene desde afuera; la homofobia interna es un importante factor dentro de la opresión misma del homosexual, a veces expresada en (auto) boicots o falta de apoyo a actos pro-gay realizados por otros sujetos, rechazo a uno mismo y a otros gays en vez de crear un clima de camaradería, mutuo apoyo y eventualmente la formación de parejas gay.

A continuación, Martín Hopenhayn hace una inteligente intervención como comentario a la ponencia de G. Pérez. Hopenhayn cuestiona el discurso esencialista de G. Pérez, al deconstruir el concepto de naturaleza humana. Hopenhayn prefiere la idea modernista de la libertad del sujeto para construirse a sí mismo. Esto, incluyendo libertad de acción. Me pregunto si esta libertad de autocrearse no podría también incluir la posibilidad de adoptar diferentes, múltiples identidades sexuales en el transcurso de una vida en vez de rechazar la identidad del todo porque ésta representaría un bloqueo a la fluidez sexual del individuo.

Hopenhayn presenta brillantemente el poder de la idea del continuo sexual dentro del activismo gay:

“Cuando se rompe la idea de que hay una brecha radical entre un sujeto homosexual y un sujeto heterosexual, y se plantea un relativo continuo —que no significa que yo en cualquier momento me voy a hacer homosexual—, en el sentido que la carga valórica que tienen las prácticas sexuales está dada simplemente por el polimorfismo, la connotación moral, la connotación en términos salud-enfermedad, cambia radicalmente. Entonces, en ese momento, la discriminación pierde fundamento, pierde peso, pierde precisamente aquello que la mobiliza” (p. 59).

Cabe preguntarse si el movimiento gay y lésbico, básicamente estructurado en la política de la identidad (identity politics) sobrevivirá al movimiento postestructuralista que cuestiona el origen mismo de la identidad como una creación política y, por lo mismo, como parte del binarismo mismo que sostiene la discriminación (Butler 1990).

Hopenhayn identifica como uno de los mayores problemas existentes en el tratamiento y discurso de la sexualidad en Chile el divorcio existente entre lo público y lo privado. Es así como sería importante llevar el discurso de la sexualidad al campo de lo público, a llevar a la luz esa sombra productora de esquizofrenias y paranoias. Paso a reproducir la interesante conclusión del comentario de Hopenhayn sobre lo mencionado anteriormente por G. Pérez sobre el doble contenido semántico de “maricón”, como inmoral y enfermo:

“Si cruzamos las dos connotaciones de la palabra, el maricón como el que está en falta moral, como inmoral, y el maricón, como aquel que de alguna manera reviste una cierta patología. Digámoslo de otra manera, hay en ese sentido un estigma por el lado de la moral y un estigma por el lado de la salud”.

“Me parece importante esa asociación, porque si uno revisa históricamente —yo creo que el más lúcido historiador que lo muestra es Michel Foucault—, lo que ha sido la no aceptación del otro, descubre que los discursos que constituyen los dispositivos más fuertes de rechazo a la diferencia, precisamente han sido por el lado de la moral y de la salud. Por eso es importante el tema de la homosexualidad, más allá de la homosexualidad misma o de los homosexuales mismos”.

”Éste es un caso tan relevante en la lucha de la ética por la diversidad, por la aceptación de la diferencia, porque siempre connota una carga moral y de salud a la vez. Porque es en ese vector, el del homosexual, donde se juntan los dos ámbitos de dispositivos o de discursos más fuertes de negación del otro”.

“Del lado de la moral, la legislación sobre las almas. Así, el inmoral es aquel que peca en cuanto a su alma. Del lado de la salud, la legislación sobre los cuerpos legisla sobre las conductas de los cuerpos”.

“Con esto termino. Si vamos a reivindicar, no ya específicamente la defensa de los derechos de la homosexualidad, sino que vamos a ligar esa defensa con el discurso más general de aceptación de la diferencia, es muy importante cualitativamente el campo de la homosexualidad, porque es allí donde se condensan, se concentran, las dos formas de discriminación. La discriminación moral sobre las almas, y la discriminación de la salud sobre los cuerpos” (pp. 61-62).

Así, el rechazo del “maricón”, con su implicación de doble enfermedad —física y mental— encuentra una explicación político-social en el discurso de Foucault al demostrarse que el maricón es justamente rechazado por ser la personificación misma de la máxima transgresión contra la maquinaria de control social: una transgresión a la vez contra el control de los cuerpos y de las mentes de los individuos.

El tercer panel, “Algunas Características Psicológico-Sociales de la Cultura Chilena que explican sus Rasgos Homofóbicos”, tiene como ponente a Roberto Rosenzvaig. Rosenzvaig reconoce la importante diferencia —diferencia presente en la mayor parte de Latinoamérica y otras culturas con influencias musulmanas-circunmediterráneas— entre las culturas homosexuales rurales y urbanas de estrato socioeconómico (SES) bajo y las culturas homosexuales urbanas de SES medio y alto. Rosenzvaig aclara que su ponencia se centra en este último tipo de culturas. En una línea más postestructuralista que estructuralista (el discurso de Rosenzvaig recuerda más a Foucault y Butler que a Lévi-Strauss), Rosenzvaig expone en forma brillante las mayores influencias político-históricas en el pensamiento chileno urbano y de SES medios y altos sobre la sexualidad. Así, Rosenzvaig lúcidamente afirma, yendo más allá del discurso puramente psicologista: “Por todo, sería un error interpretar el problema de la discriminación como un dato básicamente sexual e individual. Es, en cambio, un problema político, que guarda relación con las estructuras de poder y con las estrategias elaboradas para sustentarlo y consolidarlo” (p. 84). En Chile habrían dos líneas históricas que estarían definiendo la moral chilena: el victorianismo inglés y el barroco español tardío de tendencias estoicas. Más adelante Rosenzvaig, alude a la clásicas explicaciones para la existencia de la homofobia: el rechazo y repulsión hacia los homosexuales estaría basado en un temor a los propios sentimientos homosexuales reprimidos del homófobo; y la sociedad teme al homosexual porque el homosexual representa una amenaza a los valores tradicionales de la familia y del sexo reproductivo.

En los comentarios de este panel, el historiador Pedro Garay nos presenta la interesante pregunta: ¿cuál es el aporte mapuche a la homofobia?, haciendo alusión al chamán o machi de doble género, o bardaje, que existió y todavía existe entre los indígenas mapuches del sur de Chile y Argentina. Cuál ha sido el aporte de las culturas indígenas a las sexualidades latinoamericanas es un asunto que todavía no se ha investigado apropiadamente. Por lo menos en lo que respecta a la homosexualidad masculina, pareciera que el modelo de conducta sexual del bardaje compartiría ciertas similitudes con los modelos circunmediterráneos-musulmanes como el del marica español, el khanith de Omán, el hijara de la India, o el bayot de las Filipinas, en que en ambos modelos el “homosexual” es un ser variante de género que normativamente juega el rol receptivo en sexo anal con otros varones que no desarrollan identidad alguna con respecto a su práctica homosexual.

Así, cuando el modelo del marica fue traído por los españoles a Latinoamérica, éste pareciera haberse fusionado con el del bardaje. La diferencia mayor entre ambos modelos, y a la que Garay alude, es que entre los grupos indígenas que incluían el rol de identidad de género del bardaje, el bardaje era aparentemente altamente respetado y jugaba un rol aceptado públicamente en la sociedad (Williams 1986).

En la sección de preguntas y comentarios de este panel, el poeta y actor performance Francisco Casas críticamente deconstruye el mito rousseauniano del noble savage —en este caso el bardaje mapuche— al aportar la interesante información de que a los homosexuales que no eran machis o chamanes se los utilizaba en crueles ritos de apaciguación divina. Así, a los niños homosexuales se les quebraban partes de sus cuerpos como ofrendas a los dioses cuando ocurrían catástrofes naturales que estaban relacionadas, según los mapuches, con furias celestes. El lector crítico y familiarizado con la literatura sobre bardajismo y homosexualidad americana inevitablemente se preguntará: ¿de dónde sacó Casas esta información? Los lectores de este libro se beneficiarían mucho de saber las fuentes de esta y otras informaciones. Justamente, un problema de esta sección de preguntas y comentarios es que los participantes —Casas, Rosenzvaig, y otros— traen a colación toda clase de argumentos provenientes de diferentes disciplinas y paradigmas sin aclarar su origen o marco de referencia. Esto hace la discusión no sólo teóricamente confusa sino también metodológicamente problemática. Se necesita mayor rigurosidad en el uso de referencias, las que idealmente deberían no solamente estar claramente indicadas sino también deberían ser consistentes y paradigmáticamente afines.

El cuarto panel, “El Papel de la Difusión de los Medios de Comunicación en la Creación de una Nueva Visión de la Sexualidad” tiene como panelista a Francisca Pérez. F. Pérez trata nuevamente el importante tema de la separación entre lo público y lo privado, especialmente en lo que se refiere a la sexualidad en Chile y el resto de Latinoamérica. Mientras haya silencio y negación la desigualdad y la opresión del diferente seguirá existiendo. En otras palabras, mientras todo lo que se refiere a sexualidad y homosexualidad continúe en el reino del discurso privado y secreto, seguirán ocurriendo violaciones contra los derechos de varones homosexuales y lesbianas ya que no habrá conciencia colectiva o explícita de lo que es ser homosexual. En la misma línea, F. Pérez habla del consultorio de sexualidad de Radio Tierra. Ya que “la sexualidad representa uno de los ejes articuladores del discurso patriarcal —a partir del cual se constituyen los fundamentos de la desigualdad—, nos resulta básico poder desarrollar propuestas hacia ese tema” sostiene F. Pérez, refiriéndose al programa de Radio Tierra (p. 111). En una posición posmoderna autorreflexiva F. Pérez reconoce que el programa sigue el “enfoque interesado” de querer “relativiza® el modelo hegemónico como el único posible de vivir la sexualidad, e ir legitimizando y dando espacios a la diferencia” (p. 112). Así, al hacer la homosexualidad parte del discurso público se facilita la aparición de una identidad gay. Sin embargo, quisiera agregar a lo que dice F. Pérez que es necesario hacer la diferencia entre una identidad gay personal, donde el individuo ha desarrollado una identidad gay pero continúa estando “en el armario” con su familia, trabajo y ciertos amigos —en resumen no es abiertamente “gay” en el mundo público— y entre el individuo con una identidad gay social abierta, que puede estar envuelto en la lucha de los derechos gay y lésbicos, estar “fuera del armario” con su familia y trabajo y tal vez vivir en un gueto gay, en caso que esto sea una opción.

La posición de F. Pérez resaltaría el segundo tipo de identidad gay, aquella que es abierta y política, que va más allá de la mera realización de una identidad sexual al nivel de lo íntimo y que ve como político lo personal, siendo esto último una de las premisas más importantes del movimiento feminista y gay en el mundo entero.

La ponencia de F. Pérez no fue apropiadamente comentada y discutida, lamentablemente. Tal vez la profundidad filósofica dentro del campo de la teoría postestructuralista y semiótica de la presentación de F. Pérez estuvo fuera del ámbito intelectual del resto de los participantes del panel. En todo caso, hubo algunas intervenciones interesantes durante la sección de preguntas y comentarios. Por ejemplo, alguien dijo si no sería contraproducente que se creen medios o espacios exclusivamente dedicados a asuntos gay en el sentido que esto crearía mayor autosegregación y entorpecería la introducción de temas sobre sexualidades diferentes en el discurso público promedio. Myriam Saa bien responde que ambas estrategias —las de tener espacios exclusivamente dedicados y dirigidos a homosexuales y otros para la opinión pública en general— son necesarios. Asimismo F. Pérez agrega que “todo movimiento social necesita un canal de comunicación para su articulación” (p. 123), donde se pueda “ir adquiriendo un mayor control sobre esa producción de significados que se da culturalmente” (p.124), aludiendo al poder político de la “representación” en la crítica al modelo hegemónico de sexualidad.

Otro participante, cuyo nombre no se especifica en el libro, menciona un importante fenómeno que está sucediendo paralelamente al movimiento de emancipación gay/lésbico: pareciera que una mayor visibilidad homosexual creara más violencia homofóbica como reacción o resistencia de parte de grupos conservadores. Este fenómeno parece aumentar en algunas partes de Latinoamérica donde grupos protestantes (provenientes generalmente de EE.UU.) están introduciendo nuevas ideas fundamentalistas y puritanas en contra de la sexualidad no-reproductiva. Como explicación alternativa a este fenómeno está el hecho de que paralelamente al crecimiento del movimiento gay/lésbico se ha empezado a reportar con mayor frecuencia actos de violencia contra la gente homosexual —una violencia que había estado siempre presente pero que antes por no ser reportada parecía invisible.

En el quinto panel, “Los Movimientos Homosexuales y la Construcción de un Nuevo Modelo de Sexualidad: Los Casos Argentino y Chileno”, Marcelo Ferreyro de los Gays por los Derechos Civiles, GAYS DC, Argentina, resalta el importante hecho que los movimientos de emancipación gay han creado tradicionalmente “una marcada división entre los homosexuales que militan, y los que no militan” (p. 146). Esto se comprende en el contexto de lo que dice Jorge Pantoja, psicólogo social del Centro de Estudios de la Sexualidad (CES), Chile, que uno de los legados más importantes del movimiento gay es la politización que “desde las experiencias del mundo de lo privado, buscan significados o símbolos que permitan el debate público” (p. 154) o en otras palabras, “la importancia simbólica del Movimiento se expresa en la introducción del tema homosexual al debate público” (p. 155).

En el sexto panel, “Un Punto de vista Religioso, ¿Pecado o Variación de la Creación?”, David Maxwell, teólogo presbiteriano, identifica tres alternativas para enfrentar el conflicto que surge entre las personas que pertenecen o están afiliados a una iglesia en el momento que deciden enfrentar su homosexualidad. Estas alternativas son: (1) dejar la iglesia; (2) quedarse en la iglesia, pero cuestionando y reinterpretando —a veces públicamente— la lectura tradicional de los textos religiosos que condenarían la homosexualidad; y (3) quedarse en la “esclavitud”, esto es, continuar en la iglesia, pero sin decir nada ni hacer nada al respecto.

El asunto de la religión con respecto a la homosexualidad y sexualidad en Chile es extremadamente importante, ya que, como dice Rolando Jiménez en la sección de preguntas y comentarios de este panel, “en Chile la separación de la iglesia y el Estado no ha culminado” en el sentido que la iglesia todavía tiene un poder enorme en la opinión pública y política chilenas. La prueba más clara de esto es la oposición férrea existente en Chile a toda práctica que promueva el sexo no-reproductivo: Chile es uno de los pocos países que quedan en el mundo en que todavía se prohíbe el aborto bajo toda circunstancia, incluso si la vida de la mujer está en peligro; Chile es el único país occidental donde el divorcio no es legal; Chile fue el único país de Latinoamérica que sostuvo una ley antisodomía de orígenes centenarios hasta finales del siglo XX; y la campaña contra el SIDA en Chile ha enfrentado enormes obstáculos en su desarrollo porque la iglesia católica se opone al uso del condón.

El séptimo panel, “Investigaciones”, incluye la original y aguda ponencia hecha por el antropólogo social Gabriel Guajardo, “Evaluaciones cualitativas, VIH-SIDA y Homosexualidades en Santiago”, sobre la experiencias e implicaciones teóricas de los talleres de “Sexo más Seguro” organizados por la Corporación Chilena de Prevención del Sida”.

Guajardo propone que “las evaluaciones cualitativas de programas de intervención de prevención del VIH-SIDA en la población homosexual deben considerar las características socio-culturales, históricas y, recientemente políticas, del colectivo gay” (p.208). Esto es importante ya que en Chile la población homosexual ha sido la más afectada por la epidemia del VIH/SIDA. Además en Chile existe un incipiente grupo que comparte una identidad gay más o menos común. Como afirma Guajardo, “sí podemos reconocer en segmentos del conjunto de homosexuales chilenos, una identidad social gay, la cual por el momento se encuentra marginada, simbólica, legal, y socialmente, de la vida pública chilena. Entonces, resulta prioritario que las estrategias de prevención concilien la intencionalidad del emisor, con las diferentes modalidades de recepción, y las posibilidades reales del receptor de incorporar, efectivamente, los mensajes emitidos dentro de su marco sociocultural, ideológico y circunstancias históricas” (pp. 210-211).

Guajardo sostiene que es importante que la sexualidad en el colectivo gay chileno pase de su tradicional esfera privada a una discusión más pública de la sexualidad. Los talleres donde se discute la homosexualidad son espacios ideales para crear esta situación, ya que generan espacios diferentes, seguros, pero a la vez colectivos, donde los gays pueden empezar a crear la idea y el sentimiento de “comunidad”, tan importante para el desarrollo de una sólida identidad sexual y sentimiento de autoestima que mantenga a los gays alejados de prácticas riesgosas y autodestructivas. Además estos talleres dan la oportunidad de que los gays interactúen grupalmente en un ambiente diferente a los bares y clubes. En estos últimos se desarrollan dinámicas muy especÌficas que no los hacen lugares atractivos a cierto sector del colectivo gay que, por el contrario, sí podrían interesarse en el espacio y oportunidad creado por un taller. Finalmente, estos talleres tienen la ventaja de alcanzar una población homosexual que se resiste a participar abiertamente en el debate político-público sobre la homosexualidad, debate que existe actualmente en Chile. Esta resistencia o temor a exponerse públicamente al participar en el movimiento político gay chileno cerraría puertas de comunicación entre muchos integrantes del colectivo gay chileno que por diferentes razones no se sienten identificados con el movimiento de emancipación homosexual chileno. Así estos talleres estarían satisfaciendo una necesidad y siguiendo una tendencia del colectivo gay chileno (una tendencia a delimitar la homosexualidad a lo público-privatizado) lo que hace estos talleres particularmente eficaces para llegar y educar al colectivo gay chileno dentro del marco de la lucha contra el VIH/SIDA.

Esta propuesta de enfocar la realidad del Sida partiendo desde la perspectiva de lo privado trae a la conciencia pública una nueva dimensión, poderosa y real, sobre el Sida que tiende a perderse en el discurso público debido a la tradición gradilocuente y retórica del discurso político. Guajardo lo expresa en forma incomparable:

”…la visión heroica de la política y de la acción política entra en contradicción con la rebelión del discurso crítico gay. La política sigue siendo presentada como el espacio público de lo grandioso, en oposición a la esfera privada, espacio en el que casi todos vivimos nuestra realidad diaria, sudorosa y poco mostrable de nuestas enfermedades, penas y alegrías —espacio en el cual, justamente se ubica el VIH. Su incursión ha puesto en evidencia —de forma poco deslumbrante— las identidades sociales, invitando a cambiar la fisonomía de los mismos héroes. Se han quebrantado los rituales de la discreción y de las formas, exigiendo que, en medio del escenario, se les oiga.”

“El VIH-SIDA puede ser disuelto, o desaparecer, en el discurso crítico gay, en la especularidad de la televisión o la prensa, no sólo al buscar posicionar este nuevo actor, sino al desdramatizarlo por medio de los efectos” (p. 216).

Guajardo concluye su excelente ponencia con la pregunta ”¿podrán los homosexuales [chilenos] pertenecer a la homogeneidad social, donde sea posible la coexistencia y la cohabitación de individuos iguales, donde la orientación y la identidad sexual sólo sea una de las marcas posibles y se pueda construir un “soy homosexual”, como un sujeto integrado y pleno en la sociedad chilena?” (p. 217). Por el momento, Guajardo prefiere abstenerse a pensar en el colectivo gay chileno como una “minoría”, por desconocerse el número de personas que han desarrollado una identidad gay en Chile y por desconocerse si ellos se perciben a sí mismos como “minorías”. Lo que sí está claro es que para Chile, más que la desaparición de una comunidad gay, la epidemia del SIDA ha marcado el comienzo del desarrollo de la identidad gay.

La segunda investigación presentada en este panel, y última ponencia del seminario y del libro, se titula “Estudio Exploratorio acerca de la Aplicación de las Normas del Delito de Sodomía en una Muestra de Ocho Juzgados de la Región Metropolitana de Santiago de Chile” por Juan Cabrera, investigación hecha en colaboración con el Movimiento [chileno] de Liberación Homosexual, MOVILH.

La ponencia de Cabrera es muy importante ya que en forma sistemática, clara y concisa expone las leyes que discriminan contra el homosexual y la homosexualidad en Chile. Además los orígenes históricos de estas leyes son develados en este estudio. El lector aprende que en Chile se han establecido 6 normas específicas que criminalizan y discriminan contra la homosexualidad o el homosexual, dependiendo el caso. La investigación muestra, sin embargo, que el principio de “intervención mínima”, donde sólo la ley se aplica en casos de “extrema necesidad”, ha prevalecido, por lo que muy raramente en la historia de Chile estas leyes se han aplicado contra adultos homosexuales practicando sexo consensual. Solamente el caso de violación sodomítica ha sido tradicionalmente juzgado como delito en Chile. Por lo mismo, las leyes que condenan la sodomía consentida en Chile carecen de aplicación práctica. Además estas leyes son aparentemente anticonstitucionales por dos razones. Primero, la Consitución define como ilegales las conductas que hayan sido clara y específicamente descritas como ilegales; y el acto de la sodomía (penetración anal), no es descrito en ninguna parte de la Constitución como ilegal. Y segundo, la Constitución chilena vela por el respeto a la privacidad de todo ciudadano, lo que estaría en conflicto con la criminalización de la sodomía entre dos adultos consensuales.

Este estudio fue parte del trabajo del MOVILH para que el gobierno de Chile eliminara de su legislación estas leyes discriminatorias contra la homosexualidad. Después de una larga lucha la propuesta para derogar estas leyes vio sus frutos, cuando el 23 de diciembre de 1998, con la introducción de la nueva ley número 1047 se modifican partes del Código Penal, el código de procedimientos criminales y la ley 18216 sobre el castigo por sodomía en Chile. Esta nueva ley abole la sección que criminalizaba el sexo consensual entre adultos del mismo sexo. Esta tardía abolición de una ley vergonzosamente mantenida hasta finales del siglo XX es un logro importante dentro del clima conservador chileno si se considera que el divorcio y el aborto todavía son ilegales en Chile. Aunque lentamente mejorando, Chile todavía es el país con la legislación más conservadora de Occidente y tal vez una de las más conservadoras del mundo actual. Pareciera que justamente la adversidad ha creado, como resistencia, un rico movimiento intelectual en Chile, incluyendo el campo de estudios del género y la sexualidad —campo que ha producido este libro y, es de esperar, muchos más por venir.

Referencias citadas

Butler, Judith. 1990. Gender Trouble: Feminism and the Subversion of Identity. Nueva York y Londres: Routledge.

Carrier, Joseph M. 1995. De los Otros: Intimacy and Homosexuality Among Mexican Men. Nueva York: Columbia University Press.

Kinsey, Alfred. 1948. Sexual Behavior in the Human Male. Philadelphia: W.B. Saunders.

Núñez Noriega, Guillermo. 1994. Sexo entre varones: Poder y resistencia en el campo sexual.Hermosillo, México: El Colegio de Sonora.

Whitam, Frederick L., and Robin M. Mathy. 1986. Male Homosexuality in Four Societies: Brazil, Guatemala, the Philippines, and the United States. Nueva York: Praeger.

Williams, Walter L. 1986. The Spirit and the Flesh: Sexual Diversity Among North American Indians. Boston: Beacon Press.