Por Juan Pablo Sutherland es escritor, comunicador social e integrante del consejo directivo del MUMS.

Presentación de Juan Pablo Sutherland en 2° Encuentro de Estudios de Masculinidades: Encuentro de Estudios de Masculinidades: Identidades, cuerpos, violencia y políticas públicas, año 2001.

Buenos días. Antes de iniciar el foro que nos convoca, quiero agradecer a nombre
del Movimiento Unificado de Minorías Sexuales (MUMS) y en el mío, la invitación a participar de este seminario organizado por FLACSO-Chile, la Red de
Masculinidades y la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.


Al intentar abrir el debate en la sociedad chilena, ha sido necesario desde algunos
años, una reflexión que devele las hegemonías existentes en la construcción histórica de lo masculino y femenino en el actual orden patriarcal. A partir de la práctica social y política que viene haciendo el movimiento lésbico-homosexual chileno desde finales de los años ’80 y toda la década de los ’90, hemos ido fortaleciendo un cuestionamiento que exige asumir una crítica radical al actual ordenamiento cultural, modelo que somete e impone normas y que nos obliga a despojarnos de nuestra corporeidad, subjetividades y afectos.

Una de las premisas básicas que instala el movimiento homosexual es el
desmantelamiento del actual orden binario masculino-femenino, régimen que ha
sido generado desde una lógica de dominio y que ha desplegado toda su violencia,
tanto física como simbólica, a aquellas subjetividades que no siguen el curso normalizado del orden patriarcal. En ese sentido, hemos articulado complicidades con los saberes producidos desde el movimiento feminista y los movimientos culturales que escapan e interrogan estructuralmente esta sociedad.


En nuestra lucha por transformar las relaciones de dominio hemos pensado a nuestra
subjetividad como el vector de cambio. Es decir, todos nuestros ejercicios políticos, sociales y culturales pasan por el cuerpo, un cuerpo que ha intentado fugarse de la objetivación que el poder articula en nuestras vidas. En este camino pedregoso de la transformación social hay más desafíos que nunca. Por lo mismo, es imprescindible, cada vez más, preguntarnos por nuestras prácticas, nuestros discursos, sabiendo que estamos en un proceso de construcción, de avances y retrocesos, y que las preguntas pueden entregarnos algunas señales. En esa perspectiva, nuestro pensamiento crítico debe desplegarse hasta remover las bases de esta cultura y de nuestras propias prácticas.


Nuestros saberes devienen de prácticas minoritarias, esto no lo decimos por una
simplificación mayoría-minoría, sino que lo enunciamos en tanto calidad de dominación. Parafraseando a Delueze y Guattari, el hombre es mayoritario por excelencia, mientras que todo devenir es minoritario. Desde ese resquicio, desde esta debilidad como estrategia, re-pensamos los lugares sociales para ubicarnos
en una posición en fuga.


El movimiento homosexual es un movimiento de liberación, su desarrollo en Chile y América Latina busca interrogar tanto el actual orden patriarcal como el neoliberalismo en curso. En ese sentido nuestras complicidades se ubican al lado de aquellas y aquellos que persigan una transformación estructural, que desarme las
lógicas de violencia: homofobia, misoginia, xenofobia y todas las prácticas de exclusión y discriminación que hemos vivido.

Pensar en masculinidad es un ejercicio complejo, pues significa que debemos
develar aquellos dispositivos que el modelo hegemónico ha instaurado desde siempre. Nuestra reflexión entonces es inmensa, sabiendo que tras la masculinidad hay una maquinaria, una enraizada formación cultural que se muestra naturalizada y omnipresente en nuestro ordenamiento social.


Violencia y masculinidad son expresiones de un mismo formato cultural, la idea de esta mesa es re-elaborar, cuestionar, abrir preguntas y sospechar a cada momento del poder, los poderes y hasta de nuestros propios ejercicios. Quizás así podamos pretender que nuestra transformación no sólo sea discursiva, que harto nos hace falta en nuestra sociedad, sino que también nos posibilite formaciones distintas, casi aventurándonos en un ejercicio social que pueda crear un modelo diverso, distinto, una alteridad donde vivir y pensarnos, donde relacionarnos entre todas y todos sea posible en el reconocimiento de cada una y cada uno.