Por Carlos Sánchez / 2002

Texto presentado en Seminario «Cuerpo y Sexualidad» en mesa «Diversidad Sexual».

Cuando hablamos de participación política, nosotros queremos referirnos básicamente a la
capacidad de tomar decisiones en aquello que nos compete, ya sea en términos sociales
como en términos individuales. No estamos hablando de una participación pasiva en
términos de que baste simplemente nuestra presencia o nuestra anuencia para que las cosas
se den. Para nosotros, participación significa tomar parte activa en las decisiones que
finalmente se traducen en cambios, de lo contrario no es participación. También, cuando
hablamos de política nosotros entendemos, como movimiento social, que no podemos
adscribirnos a una propuesta que promueva la estabilidad del sistema, ni en lo económico,
la consagración de la desigualdad; ni en lo social, el silencio frente a la no-participación; ni
en lo cultural, la aceptación del machismo o las relaciones patriarcales; ni en lo político, la
actitud tolerante y subordinada frente a la injusticia social.


Entendemos la participación política, entonces, como una dimensión también de la
participación social. Es decir, cuando logramos percibir que nuestra lucha y nuestras
demandas dejan de ser un asunto particular, es allí cuando nuestra demanda social se
convierte en una demanda política. Es allí cuando el sujeto social pasa a constituirse en un
sujeto capaz de tomar decisiones por sí mismo, capaz de participar y capaz de involucrarse
en aquello que le compete, ya sea colectivamente o en forma individual.


Desde la época de la Colonia se ha trasformado la población, tanto en lo individual como
en lo colectivo. Vemos, por ejemplo, que de costumbres solidarias y afectuosas pasamos a
costumbres egoístas e individualistas; de dinámicas sociales explícitas a practicas sociales
privadas y clandestinas; de diálogos abiertos en la calle a murmullos y silencio. Vivimos en
un continente que ha sido torturado, exiliado, asesinado. Qué confianza podemos tener en la institucionalidad si estamos sometidos a un permanente chantaje consistente en la
impunidad versus la estabilidad. Ciertamente participar en procesos de cambio
trascendentales revive en la población el temor a situaciones de represión política como las
que hemos tenido en el pasado. Se nos ha expropiado el sentido de pertenencia a un
colectivo social, se nos ha enajenado con el sólo propósito de imponer un modelo de
dominio dirigido desde otras regiones del mundo. Aún más, se intenta convencer a la
sociedad que la estabilidad económica y el acceso a los bienes de consumo se pone en
juego con la inestabilidad política. Entonces ni siquiera es importante, ni siquiera es
necesario saber quiénes somos. Aquí lo importante y lo fundamental parece ser qué es lo
que tenemos para ser considerados como semejantes a los demás. No importa quiénes
seamos, lo importante saber qué es lo que tenemos, con qué nosotros nos relacionamos con
los demás. Este proceso de enajenación o de expropiación existencial y territorial de los
sujetos en Chile se vio exacerbado durante el tiempo de la dictadura, en la cual la principal
forma de relacionarnos consistía en no darnos a conocer, en negarnos a nosotros mismos
como sujetos políticos y como sujetos sociales, constituyendo esto una especie de cultura
de extremo individualismo y de negación a nosotros y a los otros.

Una cultura regida por un modelo político en crisis, incapaz de concitar «la participación
ciudadana» entre comillas, porque a ésta se la entiende fundamentalmente sometida a un
marco institucional de protección a un modelo económico neoliberal. En este sentido, es
posible apreciar que, desde mediados del siglo pasado, especialmente durante la dictadura,
se impuso el doble estándar en lo moral, en el cual el discurso patriarcal se sobrevalora al
soldado y a los heroicos luchadores contra la tiranía; pero se niega la existencia, por
ejemplo, de sectores como las lesbianas, homosexuales, travestíes, cuya lucha invisible por
abrir un espacio de visibilidad y aceptación en la sociedad es negada al ser mostrados como
delincuentes o como objetos de ridiculización, llenando las primeras planas de los
periódicos cada vez que no hay otro tema que resaltar. Pero, por otra parte, proliferan los
centros y clubes nocturnos gays, entendiéndolos como centros de consumo, invisibles, pero
que cumplen sagradamente con el fin que el modelo neo liberal le impone el conjunto de la
sociedad. En definitiva, ésta es la única participación que se le permite a las llamadas
minorías sexuales en nuestro país.


Notamos, en nuestra sociedad, dos cuestiones esenciales, dos cuestiones fundamentales.
Primero, que en lo referido a la participación económica, no existen sujetos sociales
constituidos en nuestro país. El único sujeto constituido en lo económico parece ser el
Estado y la empresa privada. En las últimas décadas, dado el desarrollo de la empresa
privada y de las multinacionales, el Estado ha dejado de ser un sujeto social y más bien se
ha constituido en un sujeto político de control de los movimientos sociales. Los
movimientos sociales no son concebidos como sujetos económicos y los individuos
participan sólo como oferentes de fuerza de trabajo en un sistema en el que se concuerda
con el papel asignado, dado que no se tiene forma de cambiar las condiciones del entre
comillas “acuerdo social impuesto”. Un segundo elemento, una segunda cuestión es que la
participación política está fundamentalmente orientada a la toma del control del poder del
Estado, como si fuese ése el único camino capaz de resolver las principales contradicciones
que nos afectan. Queda de manifiesto que, hasta ahora, los partidos políticos perciben que
las contradicciones en nuestra sociedad están basadas principalmente en cuestiones de
orden económico. La participación política de la población, por lo tanto, se enmarca en
determinados mecanismos sometidos al control de los partidos, las votaciones. El concepto
básico de participación en nuestra cultura está basado en la idea del «consenso», y en la
imposición de las mayorías.


Esta es una lógica que se sostiene por nuestra propia incapacidad de imaginar una forma
diferente de participación colectiva y de organización. Efectivamente, cuando en un grupo
determinado o en la sociedad misma no se logra consenso respecto de algún asunto
particular, se busca imponer ese consenso mediante el poder económico o el silencio de
quienes supuestamente obedecen al disenso. Así cuando decimos que en Chile todos somos
chilenos no se consulta a quiénes se pueden sentir dañados por esta imposición, por
ejemplo, los pueblos indígenas. Sin embargo para decir aquello se hizo una votación en la
cual la mayoría, bajo coacción, impuso su consenso, negándose de este modo la existencia
del pueblo mapuche. No existe el pueblo mapuche.


Pero dejemos esta dimensión, la dimensión racional, para adentrarnos en nuestras
emociones, en nuestro cuerpo, que de político tiene todo y nada a la vez.

De la Participación Política hacia la Felicidad


La verdad es que no sé por donde empezar cuando del cuerpo se trata.


No sé si hacerlo desde los tobillos y terminar en la cabeza, o empezar por allí y terminar en
el desorden sexual del que se me acusa y que a mis años todavía desconozco.

Para mí, la felicidad era una palabra desconocida; para mí, que siempre la busqué. Me
preguntaba si existía o simplemente era una palabra sin sentido. Finalmente llegó a mí
cuando me quedé dormido. Dicen que fui poseído por Morfeo, que era mi novio.


Por eso a veces prefiero la felicidad alcanzada en el orgasmo, no importando en qué cama
ni con qué cuerpo he compartido un lecho bajo el ideal del comunismo sexual. Ese mismo
comunismo tantas veces criticado por los más acérrimos defensores de la cortina de hierro.

Creo en la felicidad resultante del fruto prohibido más que en la fidelidad de mi perro. Creo
en la promiscuidad sexual tan correspondida por mi curiosidad política, la misma
curiosidad que dibuja mi cuerpo con un mapa totalmente recorrido por tus manos calientes.
Hablemos del cuerpo sensual, erótico, pletórico de gozo, marcado por el deseo y también
por el odio. Porque lo cierto es que todo pasa por allí, por tu ombligo, por mis mejillas, por
tu culo y por el mío, por tus plantas.


… Tantos caminos recorridos,… tantas sendas destrozadas.


Pero nada es tan claro como tus ojos. Allí es donde el amor se cobija tras la luz de tu
mirada intentando recoger en una lágrima el anhelo de mis deseos, el anhelo de mis
suspiros. ¡Ay! Si fueras fuego mi piel sería pergamino, dibujado por el mapa de mis tesoros
escondidos que se quemaran al fragor de tu búsqueda, para terminar deseado, sin más
remedio que encontrar en mis manos tus costillas, tu calor que me abrasa, que me quema y
me desmaya, para no ver que la tortura ha pasado por tu cuerpo, llegando a tus extrañas
cual cuchilla silenciosa marcando una historia de anhelos libertarios nunca satisfechos.
Sexo oprimido, sexo liberado. Qué impresionante conjunción de epopeyas milenarias se
reúnen en tu cuerpo, de historias acalladas, de verdades ocultadas, de mentiras inventadas
por verdugos agobiados de egoísmos, miserias y amargores.


Ciertamente tu cuerpo y el mío, no importa cualesquiera que fueran, son la fuente de tu vida y de la mía, son locura y placer, imaginados sin cesar y tras bambalinas realizados. Sí, me dicen comunista sin serlo, seguro porque soy un soñador, me dicen comunista y no
necesariamente porque no creo que la felicidad sea estar eternamente amarrado a mi pareja
bajo el yugo de la fidelidad.


No, la verdad es que prefiero a las putas y a las travestis, cuyos cuerpos por los pacos
siempre azotados contra el pavimento resultan a la hora de los «quiubos» ser más leales que
aquellos que partieron siendo revolucionarios y que hoy son fieles defensores de la
estabilidad del sistema.


Cuando los perros ladran hay dos posibles respuestas: o avanzamos o estamos en casa
ajena, porque en mi casa los perros no ladran, los perros conversan y se hacen amigos de
los ladrones, porque los ladrones en mi casa no tienen nada que robar, porque no tengo
nada que puedan llevarse salvo el calor de mi cuerpo y el placer de mis caricias. Así es que
si ustedes, que me escuchan, son ladrones no les quepa duda que en mi casa los espero, para conversar por supuesto y compartir este cuerpecito. Es cierto, aquí todos somos ladrones y
por eso pienso que perseguir a los delincuentes carece de sentido. Si no robamos cosas
materiales, robamos tiempo, atención y afecto a los vecinos. Y qué cosa tan maravillosa es
recibir a los ladrones de afecto que sin que se den cuenta también son robados por nosotros.


En fin, cuando hablamos de ese cuerpo, cuando hablamos del cuerpo, hablamos de las
fantasías y el ladrón que entra subrepticiamente en nuestras habitaciones, también parte de
nuestro temor y nuestro deseo. El ladrón que roba pero que también nos da.