Por Angélica Valderrama / Presidentx de MUMS / 13-08-2009 / La Nación

Referirse a la muerte de una niña en Valparaíso ha sido, en estos días, un recurso de quienes pretenden liderar opinión, lamentablemente sólo corresponde a una ola de demagogia, populismo y aprovechamiento del dolor de otros/as.

Hemos visto en la televisión a personas agolpadas tratando de linchar a un asesino, entre llantos y gritos piden la pena de muerte, día tras día los noticiarios nos presentan el descontrol y la histeria colectivos.

Pareciera ser que a través de estos ritos podemos expresar nuestro dolor ante aquellos actos, por cierto terribles, que sacuden nuestras apacibles ciudades y también ante aquellos sucesos cotidianos que de igual modo nos violentan.

Hago notar que hace unas semanas en Santiago, un grupo de adolescentes golpeó ferozmente a un chico transexual masculino en su colegio, sus propios compañeros amenazaron con violarlo para «hacerlo mujer».

En este caso la horda no salió pidiendo justicia para la víctima, sino imponiendo el orden heterosexual, sexo-genérico dominante, sobre el cuerpo disidente.

Por un lado, frente a un asesinato que sobresale por su barbarie, nos disponemos al castigo ejemplar sin importar contextos sociales y culturales o los imaginarios colectivos que nos dicen que los cuerpos de las mujeres, de las niñas y adultas, de muchas maneras, les pertenecen a otros. Que las niñas y niños no son sujetos/as con derechos y cualquiera puede disponer de ellos.

Por otro lado vemos cómo lo femenino es un lugar no seguro, porque la niña era una niña, no una «menor» como los medios nos hacen creer, ella es una de las tantas niñas cuya infancia es negada.

El chico transexual ha nacido en cuerpo femenino y al no cumplir con los patrones de género que se nos imponen, hay quienes se creen con el derecho a enderezar, sin importar los medios, su identidad y su comportamiento.

¿Será que a través del endurecimiento de las sanciones podremos acabar con una cultura que denosta lo femenino en sus diversas formas? ¿Nos hemos acostumbrado a las cotidianas violencias a tal punto que sólo salimos a la calle y exigimos justicia frente a las que nos parecen extraordinarias?

Cada día se comete un crimen de odio, que debemos rechazar, pero también se continúa construyendo un sistema social en el cual las desigualdades crean dolor y violencia, seguimos avalando discriminaciones hacia aquellas/os que pensamos tienen menos valor, como las mujeres, niñas, niños, homosexuales, lesbianas, transexuales, peruanos, mapuches, y tantos otros.

Por eso queremos apostar al cambio de la sociedad de la que somos parte. No queremos integración, queremos empoderarnos y dar las pequeñas y las grandes luchas contra la discriminación, queremos disentir frente al conservadurismo que nos pretende hacer creer que la represión es lo que necesitamos.

Siguiendo esta reflexión sólo podemos decir: ¡No a la pena de muerte! ¡Sí al cambio social y cultural que podemos construir entre todas y todos!